La medición del capital social para generar mejores políticas públicas.
Un estado es capaz de generar las políticas públicas más acertadas si cuenta con suficiente capacidad cognoscitiva e instrumentos para conocer la realidad. Un área donde existe un déficit importante es en lo relativo a la sociedad misma, no lo que llaman los políticos “lo social” sino como está constituido el aparato de ella, especialmente donde hay activos valiosos de preservar o promover. El conocimiento de la sociedad es difícil porque, como cada cual es parte de ella, se siente con autoridad para hacer afirmaciones sobre cómo es, sin que se tenga la referencia empírica, de medición, que permita ver la evolución de la sociedad en aspectos específicos a lo largo del tiempo y además compararse con otras sociedades. Por eso, especialmente en la política, un “me parece” tiene igual validez que un estudio empírico y concienzudo de un tema especifico. Nada más distante de la ciencia que la retórica, inventada para ganar discusiones sin importar la verdad, los datos o la evidencia empírica.
En los años noventa surgió el concepto del capital social como una innovación importante que reconocía que había algo valioso en las relaciones entre las personas y de estas con las instituciones. Se consideraba capital pues, al igual que el resto de ellos, habilitaba a quien lo poseía para lograr objetivos. Con las investigaciones de Robert Putnam el concepto adquirió una gran importancia globalmente pues predecía el desarrollo económico y además potenciaba la efectividad institucional. Dada esta importancia era imprescindible conocer cómo estaba este capital en Colombia, tarea que emprendí desde el 2005 en el Departamento Nacional de Planeación por mandato de Compes de Participación. Para ello se construyo el Barómetro del Capital Social (Barcas), con el cual se han medido en 1997, el 2005 y el 2011el capital social de Colombia. Fue afortunado colaborar con la Encuesta Mundial de Valores que permite comparar Colombia con una muestra muy grande de países y saber cómo estamos.
Utilizando todo el armamentario de las ciencias sociales se diseñó un instrumento con capacidad de medir, en formaciones sociales muy diversas, el capital social. Diez dimensiones cubren todo el espectro de las relaciones entre personas, comenzando con la participación cívica (membrecía en organizaciones voluntarias) y política, amén de la solidaridad y reciprocidad, las relaciones horizontales y verticales y la noción del ciudadano responsable de lo público. Los elementos de la información y transparencia se miden, así como componentes diversos frente a los medios. A través de métodos de análisis estadísticos se logró discernir que lo que pensamos era Capital Social eran en realidad tres grandes factores: el capital social mismo, el que hay frente a la institucionalidad que llamamos Confié y otro elemento, un descubrimiento, que llamamos Fenoval: fe en fuentes de información no validada, que coloquialmente se puede llamar “Comer Cuento”. Obviamente, una ciudadanía alta en Fenoval vive en las nubes, especialmente por su aislamiento y por tener que validar lo que pasa, no con organizaciones sociales sino exclusivamente por lo que dicen los medios. ¿Como disminuir Fenoval? Con participación cívica y política.
Pero las series de las tres mediciones indican una cada vez mayor desmovilización de la ciudadanía: la pertenencia a organizaciones voluntarias ha caído a la mitad y el trabajo voluntario ha pasado de ser practicado por el 48 % de la población medida, a tan solo el16 % en el 2011. Un absoluto descalabro del capital social. No solo eso. Los elementos de solidaridad y de relaciones dejaron de estar integrados a la institucionalidad, la cual va por su propio lado, con grandes caídas en la confianza con ella. La participación cívica ya no se vincula con el capital social que existe entre la gente. Por lo menos Fenoval, que había subido en el 2005, comenzó a bajar en el 2011, sacándonos del sopor colectivo que se dio con la fallida tercera elección del presidente Uribe.
Hay mucha tela que cortar en los resultados de las mediciones. Pero hoy me quiero referir al tema de la educación y la movilización cognoscitiva. Cuando uno habla de Fenoval una reflexión instintiva nos indica que una persona bien educada tiene los elementos conceptuales para no dejarse arrasar por información que uno no pueda validar, Que la educación nos haya dado los elementos para discernir si me están “echando cuento” o si hay una base más objetiva para confirmar/desconfirmar una afirmación. En sociología se habla entonces de un fenómeno de la mayor importancia: la movilización cognoscitiva. Si bien se habla de cómo los procesos de modernización y desarrollo viene acompañados de las movilizaciones políticas, la urbanización, etc., se requiere que la población adquiera la capacidad de entender y operar en un mundo moderno y complejo, distante de las respuestas mecánicas y estereotipadas que la tradición proporciona.
En las mediciones con el Barcas se tuvo la oportunidad de estudiar cuál nivel educativo permitía bajar Fenoval y descubrimos que eran a partir de los once años de estudio: el bachillerato completo en cualquiera de sus modalidades, académica, técnica, tecnológica. Sin este umbral educativo las personas no entienden el mundo moderno y no pueden aprovechar las oportunidades que él les abre. Es más, quien no alcanza este nivel educativo queda condenado de por vida a un mundo de marginalidad, a la verdadera exclusión cognitiva sin la cual no tiene los elementos para avanzar. Es por ello que en la escogencias de prioridades educativas, es fundamental estudiar que sucede en Colombia con el bachillerato completo, la educación media, cuales son los retos del gobierno en ese sentido y qué tan eficaces son tales políticas a la hora de priorizar. Y claro, esto requiere conocimiento porque la sola reacción a la presión política no funciona. Uno no va a ver los 15,5 millones de colombianos mayores de 20 años sin bachillerato, organizando protestas para que les den la educación necesaria; ellos son los nuevos marginados y los marginados se mantienen en silencio. En un próximo artículo nos concentraremos en desmenuzar por qué no hemos logrado la universalización del bachillerato completo y qué habría que hacer. Si deja un mal sabor que la meta del gobierno para el cuatrienio tan solo espere pasar de 45,5 % a 50% en la tasa de cobertura neta en media. Por lo menos un millón más de jóvenes quedarían condenados a la marginalidad en el cuatrienio.
John Sudarsky, Presidente Contrial